agosto 19, 2019No hay comentarios

Una vida en busca de la silla perfecta

El arquitecto español radicado en México ha diseñado alrededor de 100 sillas durante 60 años. Su reto es crear diseños ergonómicos.

Hagerman

Hagerman - (Foto: Cortes�a Museo Franz Meyer)Anasella Acosta

Arrullo 2012 es en apariencia sencilla: una estructura de madera con acabados de algodón, pero lleva consigo una historia de 60 años, los mismos que el arquitecto y diseñador Óscar Hagerman se ha empeñado en dar con una silla popular ergonómicamente perfecta.

Y no es que su primer Arrullo, la 1960, sea una silla incomoda; fue hecha con pino ayacahuite y tejida con palma. Lo cierto es que la 2012 sintetiza seis arduas décadas en las que transcurrieron alrededor de 100 diseños antes de llegar a este modelo más cómodo. 

Hecha con cedro yucateco, el que Hagerman prefiere porque "visualmente  tiene más veta y más color", y con tejidos de algodón industrial, fue pensada con énfasis en el respaldo porque "la espalda es muy importante, es la parte que más se cansa cuando estás parado, si el respaldo te recibe tu puedes apoyarte y descansar", explica. 

El arquitecto, de ascendencia sueca, nacido en Coruña, y quien llegó a México a los 15 años, toma a Arrullo 2012 entre sus manos, la inclina, y explica las claves que dieron con una comodidad mayor: "Crecer el respaldo, aumentar el apoyo; el peso de la espalda se reparte en una superficie mayor que en los  diseños primeros, como hay más centímetros cuadrados de apoyo hay más descanso; también está la curva del respaldo que responde al coxis, el sacro, la zona lumbar y la zona torácica; el respaldo sigue la columna vertebral, eso da un apoyo más adecuado".

Para no quedarse en palabra, el arquitecto invita a hacer la prueba. Arrullo 1960 es agradable, pero al sentarse en la 2012 se descubre el homenaje que hace a la ergonomía .

Para definir que una silla es cómoda "no debes darte cuenta de que estás sentado, si algo que te recuerda que estás sentado es que hay un error".

A sus 75 años, sus preocupaciones por la silla ergonómicamente perfecta no han terminado: "Me preocupa que la silla sea cómoda, me sigue preocupando". 

El arquitecto y diseñador, quien ha trabajado con diversas cooperativas de artesanos, menciona que una de las razones por las que le ha obsesionado el diseño de la silla es el reto ergonómico y la contribución humanitaria que va implícita, "si usas una buena silla durante muchos años te va ayudar a que no haya  tanto trastorno en la columna vertebral".

Sentado en unas de sus tantas creaciones, las que ahora se muestran en el Museo Franz Mayer, como parte de la exposición Óscar Hagerman. Arquitecto y diseñador, toma su tiempo, piensa y luego comparte: "Siempre me han gustado mucho los muebles, y la silla es el tema más difícil de todos los del mobiliario porque es muy compleja la ergonomía, por lo difícil que es la espalda".

La evolución de sus diseños en términos de comodidad son importantes, pero  Hagerman aclara que,  si bien en seis décadas los materiales han cambiado, en el caso de sus sillas, el tipo de madera depende de lo que hay en el lugar, "porque usamos lo que hay en cada región".

Jipililla, Cintalapa y Vicente Guerrero son otras de sus sillas, las que desarrolló con cooperativas de artesanos de diversas partes de la república, pero sobre todo, con  comunidades chiapanecas. "Me preocupa que las personas  puedan mejorar su situación, y que los productos que se hagan repercutan en algún beneficio para las personas que las hacen, que puedan mejorar muchas veces situaciones económicas difíciles".

Otra de sus sillas es Ruiseñor, donde el visitante  de la exposición en el Franz Mayer, que concluye el 19 de mayo,  podrá  sentarse a ver un video documental. Tejida en palma  en asiento y respaldo, es amplia; su respaldo dividido en dos,  bien podría evocar dos alas. 

El estilo de las sillas diseñadas por Hagerman tiene un hilo conductor: el diseño popular mexicano, y la razón es muy simple: "Trato de que el diseño tenga una relación con México, a  veces no lo consigo del todo, pero siempre trato de que exista".

Por tal motivo, dentro de sus diseños  hay sillas  que tiene que ver con el butaque, mueble tradicional que tiene el respaldo muy alto y da mucha comodidad, y otras diseñadas como una mecedora popular.

El arquitecto que ha enfocado sus proyectos en comunidades indígenas y campesinas del país, comparte que los diseños de mobiliario que realiza los hace considerando "en dónde se van a vender, pensando que los artesanos que las hacen las puedan vender; las sillas son desarmables y se puedan mandar por paquetería o llevar en una camioneta".

El precio, explica, depende de la madera y de la cooperativa. Con maderas finas su costo oscila entre 1,000 y 2,000 pesos, y toda la utilidad es para el artesano, ellos la venden directamente; el diseño lo obsequia Hagerman.

"No me preocupa la piratería, porque como siempre estoy diseñando, lo que se piratean ya está fuera". Por ejemplo,  "la silla Arrullo la copiaron artesanos de Michoacán y produjeron cientos de miles de esa silla, y a mí me dio gusto, no me pidieron permiso  ni nada, nada más compraron una y de ahí la hicieron, pero me dio gusto porque les dio trabajo por muchos años. Me molestaría si fuera una persona que ya tiene mucho dinero y que quiere  hacer mucho más."

Sobre el nombre como marca, asegura que tampoco le preocupa. "El diseño debe estar al servicio de las personas. Cualquier cosa que beneficie a la humanidad le pertenece a la humanidad. Te apoyas en lo que otras personas han hecho, no sacas de la nada un producto, aunque hagas un diseño tiene detrás toda una historia, un proceso de cientos de años".

Para Hagerman: "Los diseños pertenecen a todos. No me gusta la idea de pensar en derechos de autor, sé que es un modo de protegerte y que vivas un poco más de eso, pero pienso que lo importante es diseñar y que el producto llegue a las personas". 

Óscar Hagerman está convencido, y los años lo asisten, de que "el arquitecto es un constructor en realidad; construye de algún modo relaciones con personas, construye relación con el paisaje, con los materiales en un momento y lugar, con la economía del lugar y la situación, eso es lo que le da valor a la arquitectura, todas esas  relaciones con el entorno. No es un capricho de forma, es más bien una manera de resolver esas relaciones".

 Y lo mismo pasa con el diseño, agrega, "si tomo un diseño de un mueble popular, estoy construyendo una relación con ese  mueble, con una historia de las personas que lo hicieron. Me inspiro en lo que  hicieron y aporto algo, que sea más cómodo, más fácil de construir". 

Por esa misma razón, dice, "cómo voy a poder reclamar porque me copian un mueble, si yo mismo me he inspirado en otros que quizá no tienen un  autor particular pero pertenecen a  una cultura, a un grupo. Todos nos apoyamos en otros, por eso no me  gusta pensar en el diseño de marca ni nada de eso". 

agosto 19, 2019No hay comentarios

Oscar Hagerman, sillas de México

«Oscar Hagerman, el arquitecto rechazó lo faraónico y monumental,

las torres que perforan el cielo, los proyectos terroríficos,

los centros comerciales y los complejos habitacionales que nos lanzan al infierno.

En su lugar, eligió una humilde silla de madera;

una silla que le apetecería tanto a un campesino como al príncipe Claus.»

Elena Poniatowska

Alguna vez oí decir a Hagerman que la silla es la más pequeña de las arquitecturas, tal vez por esto en su trabajo el diseño de una silla tomo tanta relevancia y ahora nos presenta Oscar Hagerman, sillas de México. Una muestra que se compone de cinco de sus diseños de sillas más importantes, cada uno acompañado de ocho variantes que dejan ver sus exploraciones, sus inquietudes y su experiencia. Además de un plano en alzado escala 1:1 del que, si pudieras arrancar, podrías copiar el diseño tal cual.

Sin duda el trabajo de Oscar Hagerman siempre enamora por el cariño con que hace cada uno de sus diseños: nunca diseña para él si no para los demás. Ha sabido escuchar a sus usuarios y a los artesanos locales, cada comentario lo toma en cuenta para mejorar y eso se nota en cada ensamble, en los materiales, en las texturas y en las tramas. Hagerman siempre hace participes a sus usuarios y deja que se apropien de su diseño. Él dice que de alguna manera los diseños dejan de ser de uno: la silla Arrullo es de todos, está un poco fuera de tiempo, la dibuje hace 50 años y sigue siendo de ahora.

La exposición al igual que su obra es para los visitantes. En los muros colocó una mezcla de lodo y paja, lo cual le da un olor particular a la galería, como de campo. Al entrar puedes ver sobre un tapete de palma tejido las sillas agrupadas como en mesa redonda, listas para usarse. Puedes sentarte en cualquiera de las 42 sillas expuestas, probar la confortabilidad y la ergonomía de cada una, algunas diseñadas para niños, ver las variantes en el diseño con cojín, sin cojín, con pambazo, con las patas mas gruesas o más delgadas, además de moverlas o girarlas para ver como están hechas y de qué, desde palma, piel y cinta plástica hasta tripas de chivo, sin olvidar la preocupación de Hagerman por usar y promover maderas certificadas para asegurar la conservación de los bosques. Y así, en las humildes sillas como los campesinos pasan el tiempo deshojando su maíz en ellas, puedes pasar horas sentado en esta exposición.

La exposición estará en la galería Kurimanzutto hasta el 8 de septiembre.

agosto 19, 2019No hay comentarios

Sillas de México

Es un honor presentar la exposición del arquitecto y diseñador Oscar Hagerman (La Coruña, 1936), la cual resalta la importancia de sus aportaciones teóricas, prácticas y estéticas para la creación de diseños apegados a la vida común. Igualmente señala la amplia labor social de Hagerman en las comunidades rurales de México y el aprendizaje mutuo que se ha entablado gracias a una cooperación estrecha con los grupos con los que

trabaja: “He tratado que las construcciones se hagan de una manera sencilla, tal como las personas en las comunidades las saben hacer. Cuando uno trabaja de esta manera, lo nuevo armoniza con lo que existe y la gente está contenta ."

La muestra se compone de una selección de cinco diseños con ocho variantes de sillas creadas a lo largo de su carrera. Cada una representa las reflexiones creativas de Oscar combinadas a su cercanía con artesanos de distintas regiones del país. El resultado es una exposición que condensa sus aprendizajes en la forma simple de la silla, la figura que considera la más humilde de la arquitectura. El origen de esta reflexión es la silla Arrullo (1969), basada en un modelo popular que luego de ganar premios de diseño fue introducida nuevamente a los talleres de artesanos locales y comenzó a reproducirse en todo el país. En este proceso renuncia al protagonismo de ser una silla de diseñador y se encuentra en mercados, carreteras y puestos de la calle; es una silla que ahora pertenece a los hogares mexicanos.


“El diseño industrial nos enseña a buscar formas originales, pero la riqueza más grande está en crear un universo que le pertenezca a la gente y lograr que ellos mismos lo sientan propio.”


La ergonomía que se empleó en estos diseños corresponde a estudios de más de 50 años y es uno de los temas de las clases que imparte en diferentes universidades de México. Hagerman también continúa con su trabajo en talleres de artesanos de varias regiones rurales del país. Con ellos ha aprendido las técnicas de construcción locales que responden a necesidades climáticas y culturales de cada población. Participa activamente con las comunidades para conservar los conocimientos ancestrales al transmitirlos a la juventud y así mantener y mejorar la sabiduría de los pueblos para reforzar su autodeterminación.
Esta exposición marca un momento clave en la relación estrecha entre Oscar Hagerman y la galería: el resultado de años de amistad y de complicidad en proyectos educativos en comunidades rurales en la Sierra de Puebla, Yucatán, y Chiapas, que tanto Oscar como Doris Ruiz Galindo, su esposa, han creado y desarrollado.

sobre Oscar Hagerman

Hijo de padre sueco y madre gallega, Óscar Hagerman nació en La Coruña, España, en 1936 y vino a México cuando tenía 15 años. Se recibió como arquitecto de la Facultad de Arquitectura en la UNAM, en 1961. Al salir de la universidad fue a trabajar a la cooperativa Emiliano Zapata en Ciudad Nezahualcóyotl, ahí creo la silla Arrullo que recibió un premio del Instituto Mexicano de Comercio Exterior en 1974.
Lleva más de 50 años trabajando en comunidades de todo el país. En 1982 empezó a trabajar en el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural, CESDER, en Zautla, Puebla en la formación de jóvenes indígenas en áreas vinculadas a sus culturas. En los últimos años trabajó en el proyecto de la Universidad del Medio Ambiente UMA, asociado con los arquitectos Cano y Vera, en Acatitlán, en el Estado de México. Desde 2010, como becario del Sistema de Creadores de Arte del FONCA, ha investigando y propuesto soluciones para la vivienda campesina en diferentes lugares del país.
En los últimos años se le han hecho exposiciones y homenajes en diferentes museos y universidades del país. En 2007 se le otorgó el premio Príncipe Claus de Holanda con el tema Cultura y Conflicto y también es Doctor Honoris Causa por la Universidad Iberoamericana de Puebla y México.

A mi hija Doris y a Sandra Sucar, con mucho cariño.

Agradecimientos a:
A Doris y a mis hijos por acompañarme todos estos años.
A Claudia Barriga de CANTO Artesanos y Rodolfo Morales de Estudio Caribe por los trabajos de carpintería.
A Tania Vázquez por las estupendas fotografías.
Al equipo de la galería kurimanzutto por el cariño que le pusieron al montaje de esta exposición.
Al maestro Francisco Toledo por su colaboración.
Al maestro Nacho Morales por los petates.
A Enedino y a Diego por los dibujos y maquetas.
A Alejandro Magallanes por el diseño.

febrero 11, 2019No hay comentarios

Las sillas de Oscar Hagerman

Por  Jesús Silva-Herzog Márquez, publicado en Reforma

Seguramente estás sentado mientras lees esto. No sé si estés en tu casa, en el trabajo o yendo de un lado a otro, pero lo más probable es que estés sentado. A un observador que descubriera de pronto a nuestra especie jamás se le ocurriría decir que somos animales verticales. Somos criaturas sedentes. Nuestro trazo es una hache minúscula. Si alguna vez fuimos homo erectus, nos hemos convertido en homo sedens. Animales que viven sentados en objetos que fabricamos. Comemos sentados, conversamos sentados, nos desplazamos sentados de un lugar a otro, en nuestro trabajo pasamos horas sentados. Ir a la escuela es ir a sentarse, acudir al teatro o al cine es disponerse a pasar un par de horas sentados. Y gobernar, decía Ortega es asunto de asentaderas: para mandar hay que sentarse. Nuestras rutinas son la peregrinación de una silla a un asiento, de una butaca a un banco y de un banco a un sofá. ¿Qué mueble, qué objeto puede ser tan valioso, tan entrañable, tan complejo, tan cargado de símbolos?

Silla Arrullo clásica

La complejidad del diseño proviene tal vez del hecho de que la cultura sedente es hostil a nuestra anatomía. Una agresión a los huesos, a los músculos, al corazón. No resulta fácil por ello permanecer cómodo mucho tiempo sentado. Lograr una silla amigable es una hazaña. No es fácil diseñar una silla, decía Mies Van der Rohe. Casi es más fácil diseñar un rascacielos silla. Witold Rybcynski publicó hace un par de años una historia natural de esa herramienta para sentarse. Sugiere que en la silla hay una casa en miniatura y algo más: la insinuación de una ciudad. Las sillas configuran cómo nos situamos frente a otros, qué actitud tenemos frente a los demás, qué idea de la jerarquía y de la igualdad ponemos en práctica. Con las sillas se esculpe una sociedad tanto como con las plazas, las avenidas, los parques.

Es palpable ese sentido cívico de la silla cuando se visita la exposición de Óscar Hagerman en la galería Kurimanzutto. Sus asientos son un prodigio de la ergonomía, el resultado de años de estudio, observación. Piezas impecables de ingeniería. Expresan también el poder estético de lo primordial. Ese largo viaje que debe emprenderse hasta alcanzar lo elemental. Pero en esa solidez, en esa elegancia hay también una invitación. El arquitecto no busca la originalidad. Bebe de la tradición comunitaria para proponer espacios y objetos que puedan incorporarse a esa misma tradición. La riqueza del diseño “está en crear un universo que le pertenezca a la gente y lograr que ellos mismos lo sientan propio.” La silla Arrullo que diseñó hace medio siglo se inspira en la tradicional silla de palo. Hoy, con alteraciones de artesanos michoacanos, tiene otra forma… y es la misma.

“La arquitectura, ha dicho Hagerman, debe ser un canto a la vida, el canto de los que la habitan, porque lo más hermoso es que el proyecto salga de la gente.” Nada más ajeno a la vanidad del monumento que estas piezas ejemplares de la arquitectura mexicana. Aprendizajes que son lecciones que son aprendizajes. El arquitecto se despoja de la suntuosa autoridad. Es sabio porque nada inventa. La arquitectura se vuelve una celebración de lo que nos envuelve: la naturaleza y la historia. Una fiesta de lo que somos. “Si tu casa no tiene que ver contigo es nada. En la escuela debería haber una materia que nos enseñara cómo relacionarnos, cómo comprender lo que la gente necesita, y para eso hay que aprender a escuchar.” Las sillas expuestas en Kurimanzutto nos invitan a sentarnos, pero sobre todo, a escucharnos.

febrero 11, 2019No hay comentarios

Óscar Hagerman

Publicado en Arquitectural Digest

Se alejó de la ciudad, de la contaminación física y del alma, de la arquitectura monumental, de la superficialidad, de las torres que escalan el cielo, de proyectos urbanos, algunos fascinantes y otros marcianos, para construir escuelas, hospitales, maternidades, albergues, viviendas, puentes y muebles para que alfareros, carpinteros y otros artesanos puedan mejorar su vida. Hijo de padre sueco y madre gallega, Óscar Hagerman nació en La Coruña, España, en 1936 y vino a México cuando tenía 15 años. Desde que se recibió de la Facultad de Arquitectura en la UNAM, se alió a los que están cerca de la tierra y viven de ella, es decir, a los campesinos, a los indígenas y a los más pobres.

Óscar Hagerman

GSilla diseñada por los artesanos de la Sierra Juárez en Oaxaca.

Hagerman se hermanó con los hombres, sobre todo con los indígenas. “Los huicholitos”, como él los llama, son su familia, la tierra de su tierra, el brillo de su sonrisa. Sir Edward James escribió: “Mi casa tiene alas y a veces en medio de la noche canta”. Ante lo que Hagerman comentó: “Es muy bonita esta frase… Me gustaría que mi arquitectura tuviera alas para volar en el cielo de la realidad. La arquitectura debe ser un canto a la vida, el canto de los que la habitan, porque lo más hermoso es que el proyecto salga de la gente”. Antes que formas caprichosas y obras que alimentan el ego, el maestro de la arquitectura social, ha basado sus proyectos en la ergonomía y la antropometría. Para él, la arquitectura es un modo de crear armonías, mejor dicho, de tratar de conseguir armonías entre lo que uno es y el mundo de alrededor: el entorno, el paisaje, las tradiciones. Hagerman logra que lo imposible se haga realidad: dignificar a las personas y rescatar sus valores culturales con un sentido solidario y democrático.

Óscar Hagerman

Hagerman ha recorrido todo el país con la intención de proyectar con un gran sentido de servicio en las comunidades indígenas excluidas y olvidadas. 

Así pues, al trabajar con grupos de artesanos, Hagerman se ha interesado en rescatar técnicas y materiales artesanales, integrando la situación sociocultural actual, la ecología y una investigación arquitectónica referente a la tipología espacial de las diferentes zonas en las que trabaja. “Nos enseñan a buscar formas originales, pero la riqueza más grande es hacer un mundo que le pertenezca a la gente y lo sienta suyo, porque eso es lo que da felicidad. Si tu casa no tiene que ver contigo es nada. En la escuela debería haber una materia que nos enseñara cómo relacionarnos, cómo comprender lo que la gente necesita, y para eso hay que aprender a escuchar. Los proyectos nunca están solos, siempre tienen un entorno, los acompaña un paisaje, una situación económica, una cultura, las costumbres de cada uno...”, aseguró Hagerman.

Óscar Hagerman

Guardar

Silla Ruiseñor con brazos Maestro: Laurecio, 2012. Zautla Puebla.

El mobiliario, la más pequeña de las arquitecturas; una silla que cambia la vida. “Al salir de la universidad fui a trabajar a la cooperativa Emiliano Zapata en Ciudad Nezahualcóyotl, para quienes hice diseños de casi todas las piezas de una casa, comedor, sala, etc.”, y una de ellas fue la silla Arrullo para comedor que recibió un premio del Instituto Mexicano de Comercio Exterior. Como la silla del cuadro de Van Gogh. “Mi diseño tiene mucho que ver con ella, pero cuidé la comodidad y su fabricación, que fue muy sencilla. Los artesanos la copiaron y la empezaron a vender en las banquetas, en los mercados, en las carreteras”. Con el diseño de la silla Hagerman, el maestro descubrió que quería compartir su vida con su gente, sentarse junto a ella, calentarse las manos frente al fuego, guardar sigilo o hablar sin prisa de las jornadas diarias, simplemente adecuarse a su ritmo y vida.

Óscar Hagerman

Aulas de la Universidad Mixe en Jaltepec, Oaxaca.a

Para él la arquitectura no es una forma sino un servicio. Halló en el campo la tranquilidad y sencillez que no le podían ofrecer las agitadas calles de la ciudad. La tierra, la madera, la palma, el barro, las hojas y la hojarasca de los árboles son los materiales con los que siempre ha edificado con sus comunidades. El concreto, el aluminio, el vidrio y el plástico son la antítesis de su labor. Óscar Hagerman es un hombre entregado a su familia: los indígenas, los que viven en la sierra, los que no tienen techo, agua ni luz. El director de orquesta de la arquitectura más bella de la humanidad no tuvo temor a trabajar en situaciones precarias, tampoco a la iniquidad ni a la miseria. “Creo que he sido un arquitecto muy feliz, y esto es lo mejor que le puede pasar a uno en su trabajo profesional”.

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