El arquitecto español radicado en México ha diseñado alrededor de 100 sillas durante 60 años. Su reto es crear diseños ergonómicos.

Hagerman

Hagerman - (Foto: Cortes�a Museo Franz Meyer)Anasella Acosta

Arrullo 2012 es en apariencia sencilla: una estructura de madera con acabados de algodón, pero lleva consigo una historia de 60 años, los mismos que el arquitecto y diseñador Óscar Hagerman se ha empeñado en dar con una silla popular ergonómicamente perfecta.

Y no es que su primer Arrullo, la 1960, sea una silla incomoda; fue hecha con pino ayacahuite y tejida con palma. Lo cierto es que la 2012 sintetiza seis arduas décadas en las que transcurrieron alrededor de 100 diseños antes de llegar a este modelo más cómodo. 

Hecha con cedro yucateco, el que Hagerman prefiere porque "visualmente  tiene más veta y más color", y con tejidos de algodón industrial, fue pensada con énfasis en el respaldo porque "la espalda es muy importante, es la parte que más se cansa cuando estás parado, si el respaldo te recibe tu puedes apoyarte y descansar", explica. 

El arquitecto, de ascendencia sueca, nacido en Coruña, y quien llegó a México a los 15 años, toma a Arrullo 2012 entre sus manos, la inclina, y explica las claves que dieron con una comodidad mayor: "Crecer el respaldo, aumentar el apoyo; el peso de la espalda se reparte en una superficie mayor que en los  diseños primeros, como hay más centímetros cuadrados de apoyo hay más descanso; también está la curva del respaldo que responde al coxis, el sacro, la zona lumbar y la zona torácica; el respaldo sigue la columna vertebral, eso da un apoyo más adecuado".

Para no quedarse en palabra, el arquitecto invita a hacer la prueba. Arrullo 1960 es agradable, pero al sentarse en la 2012 se descubre el homenaje que hace a la ergonomía .

Para definir que una silla es cómoda "no debes darte cuenta de que estás sentado, si algo que te recuerda que estás sentado es que hay un error".

A sus 75 años, sus preocupaciones por la silla ergonómicamente perfecta no han terminado: "Me preocupa que la silla sea cómoda, me sigue preocupando". 

El arquitecto y diseñador, quien ha trabajado con diversas cooperativas de artesanos, menciona que una de las razones por las que le ha obsesionado el diseño de la silla es el reto ergonómico y la contribución humanitaria que va implícita, "si usas una buena silla durante muchos años te va ayudar a que no haya  tanto trastorno en la columna vertebral".

Sentado en unas de sus tantas creaciones, las que ahora se muestran en el Museo Franz Mayer, como parte de la exposición Óscar Hagerman. Arquitecto y diseñador, toma su tiempo, piensa y luego comparte: "Siempre me han gustado mucho los muebles, y la silla es el tema más difícil de todos los del mobiliario porque es muy compleja la ergonomía, por lo difícil que es la espalda".

La evolución de sus diseños en términos de comodidad son importantes, pero  Hagerman aclara que,  si bien en seis décadas los materiales han cambiado, en el caso de sus sillas, el tipo de madera depende de lo que hay en el lugar, "porque usamos lo que hay en cada región".

Jipililla, Cintalapa y Vicente Guerrero son otras de sus sillas, las que desarrolló con cooperativas de artesanos de diversas partes de la república, pero sobre todo, con  comunidades chiapanecas. "Me preocupa que las personas  puedan mejorar su situación, y que los productos que se hagan repercutan en algún beneficio para las personas que las hacen, que puedan mejorar muchas veces situaciones económicas difíciles".

Otra de sus sillas es Ruiseñor, donde el visitante  de la exposición en el Franz Mayer, que concluye el 19 de mayo,  podrá  sentarse a ver un video documental. Tejida en palma  en asiento y respaldo, es amplia; su respaldo dividido en dos,  bien podría evocar dos alas. 

El estilo de las sillas diseñadas por Hagerman tiene un hilo conductor: el diseño popular mexicano, y la razón es muy simple: "Trato de que el diseño tenga una relación con México, a  veces no lo consigo del todo, pero siempre trato de que exista".

Por tal motivo, dentro de sus diseños  hay sillas  que tiene que ver con el butaque, mueble tradicional que tiene el respaldo muy alto y da mucha comodidad, y otras diseñadas como una mecedora popular.

El arquitecto que ha enfocado sus proyectos en comunidades indígenas y campesinas del país, comparte que los diseños de mobiliario que realiza los hace considerando "en dónde se van a vender, pensando que los artesanos que las hacen las puedan vender; las sillas son desarmables y se puedan mandar por paquetería o llevar en una camioneta".

El precio, explica, depende de la madera y de la cooperativa. Con maderas finas su costo oscila entre 1,000 y 2,000 pesos, y toda la utilidad es para el artesano, ellos la venden directamente; el diseño lo obsequia Hagerman.

"No me preocupa la piratería, porque como siempre estoy diseñando, lo que se piratean ya está fuera". Por ejemplo,  "la silla Arrullo la copiaron artesanos de Michoacán y produjeron cientos de miles de esa silla, y a mí me dio gusto, no me pidieron permiso  ni nada, nada más compraron una y de ahí la hicieron, pero me dio gusto porque les dio trabajo por muchos años. Me molestaría si fuera una persona que ya tiene mucho dinero y que quiere  hacer mucho más."

Sobre el nombre como marca, asegura que tampoco le preocupa. "El diseño debe estar al servicio de las personas. Cualquier cosa que beneficie a la humanidad le pertenece a la humanidad. Te apoyas en lo que otras personas han hecho, no sacas de la nada un producto, aunque hagas un diseño tiene detrás toda una historia, un proceso de cientos de años".

Para Hagerman: "Los diseños pertenecen a todos. No me gusta la idea de pensar en derechos de autor, sé que es un modo de protegerte y que vivas un poco más de eso, pero pienso que lo importante es diseñar y que el producto llegue a las personas". 

Óscar Hagerman está convencido, y los años lo asisten, de que "el arquitecto es un constructor en realidad; construye de algún modo relaciones con personas, construye relación con el paisaje, con los materiales en un momento y lugar, con la economía del lugar y la situación, eso es lo que le da valor a la arquitectura, todas esas  relaciones con el entorno. No es un capricho de forma, es más bien una manera de resolver esas relaciones".

 Y lo mismo pasa con el diseño, agrega, "si tomo un diseño de un mueble popular, estoy construyendo una relación con ese  mueble, con una historia de las personas que lo hicieron. Me inspiro en lo que  hicieron y aporto algo, que sea más cómodo, más fácil de construir". 

Por esa misma razón, dice, "cómo voy a poder reclamar porque me copian un mueble, si yo mismo me he inspirado en otros que quizá no tienen un  autor particular pero pertenecen a  una cultura, a un grupo. Todos nos apoyamos en otros, por eso no me  gusta pensar en el diseño de marca ni nada de eso".